Triste e ínfimo infierno

Oscuridad, solo oscuridad y nada más. Era una estancia fría, negra, pequeña, solo una diminuta ventana, por el cual no entraba ni un ápice de luz. Llevaba 15 años allí encerrada, ¿Por qué ahora se empezaba a rebelar contra aquel monstruo que tenía como padre?

Quizá el instinto de supervivencia como el de cualquier animal, incluido el del ser humano, quizá el deseo de saber que hay más aparte de cuatro paredes oscuras y siniestras o quizá el ansia de creer que no todas las personas que hay son como su padre, en definitiva, conocer la esperanza, que le fue arrebatada desde su nacimiento y muerte de su madre.

Desde el 1 de julio de 2005, la chica empezó a rebelarse, a insultar a su padre, a tratar de zafarse de él, pero sin éxito alguno. Quizá desde ese momento supo que estaría condenada a vivir allí de por vida, pero ella no se rendía, hasta que un año después se decidió hacer lo que nunca había pensado, ni tan siquiera en sus peores pensamientos, ni tan siquiera en sus peores y oscuros sueños, había deseado hacer lo que, ahora, ansiaba. Matar.

La ira le recorrió el cuerpo desde sus pies, esqueléticos por malnutrición, hasta su pelo lleno de mugrienta suciedad. No podía soportar más tiempo estar en ese sitio encerrada, no lo soportaba, el tormento, el ruido, las voces que la atormentaban en esas malditas cuatro paredes ya era insufrible, hasta para la persona más fuerte.

El 25 de septiembre,  su padre, como llevaba haciendo todos los días desde hace tantos años que ya su memoria no retiene el primer día, a las 3 de la tarde, le llevó la comida, una comida que debía satisfacer su apetito para todo el largo día que le esperaba. 

En el mismo momento en el que su padre la abofeteó para decirle que comiera, en ese mismo momento se decidió a hacer lo que ya ansiaba desde hace unas semanas, un tiempo que para ella habían sido años. La joven de tan solo 16 años cogió el tenedor, con el que tenía que comer la triste y escasa ración de arroz que le había dejado su padre y se lo clavó en la nuca, sin vacilación, sin miedo...sin humanidad, humanidad que había arrebatado su padre sin que este pudiera hacer nada por evitarlo.


El cuerpo del hombre cayó desplomado, los ojos de odio y crueldad se trasformaron en unos de incomprensión y miedo, ante la violenta muerte, desangrándose sin remedio, ante una mirada impasible de la joven, una joven que pasó a ser adulta en ese momento, una joven que ahora caminaría sola en un mundo donde la crueldad, la injusticia y la falta de humanidad están por encima de todo.

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